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¿Derechos? ¿Privilegios?

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Como en algunos otros artículos que he escrito, comienzo por la definición de los conceptos según el Diccionario de la Real Academia Española.

Privilegio es la exención de una obligación, o posibilidad de hacer o tener algo que a los demás les está prohibido o vedado, que tiene una persona por una  circunstancia propia o por concesión de un superior.

Derecho es la facultad de hacer y exigir todo aquello que la ley o autoridad establece en nuestro favor o que el dueño de una cosa nos permita en ella.

Muchas veces ha surgido la conversación al respecto de los privilegios, los derechos, la gente que no tienen muy claro su significado y aquellos que no conocen muy bien lo que son las obligaciones.

Con todo esto y dado que recientemente he hecho una incursión articulista en el mundo de la educación, he escrito una historia, una historia que podría ser real.


Soy funcionario, profesor de instituto, doy clase a secundaria, a adolescentes de todo tipo, clase y procedencia y no, yo no soy un privilegiado como me han dicho muchas veces.

El sueldo que cobro es un derecho que me gano con mi trabajo, está regulado por un convenio en el que participan todas las partes interesadas. Básicamente es transparente y se supone que cualquier ciudadano puede saber lo que cobro y mis complementos si los llego a tener.

Los señores de la Agencia Tributaria (Hacienda somos todos ¿recuerdan?) conocen perfectamente mis ingresos, mis gastos, mi hipoteca y mi familia. En mi declaración no es posible la picaresca, el fraude ni la ingeniería financiera. La ingeniería financiera es la que hacemos para llegar a fin de mes con un sueldo de profesor.

Mis ahorros, es decir lo poco que a veces queda tras pagar luz, agua, gas, hipoteca, teléfono… y no se lo traga algún imprevisto, están en un banco normal y corriente que además de cobrarme por usar mi dinero y de inflarme a comisiones -como cierto banco de origen catalán que cobra hasta por respirar en las oficinas-, está controlado por el Estado (supongo) y por supuesto no tengo cuentas en esos paraísos fiscales que he aprendido que existen gracias al telediario. Yo no tengo privilegios.

Me levanto todos los días a las seis y media de la mañana y como tengo mucha suerte, “sólo” tardo hora y cuarto en transporte público hasta mi trabajo y otra hora y cuarto para volver. No te quejes, me decía un compañero, te podía haber tocado un instituto más lejos. Yo no tengo privilegios.

Paso el día intentando que los adolescentes que tengo a mi cargo durante mi jornada laboral vayan convirtiéndose en personas y valgan para algo cuando acaben el instituto, para lo cual tengo que ir todos los días a trabajar con las clases preparadas, es decir, con “los deberes hechos”.

Aunque no lo parezca, este oficio es agotador y no por estar todo el día de pie y andando por los pasillos y el patio, que también, sino porque diariamente doy cuenta de mi trabajo a mis alumnos y por supuesto a sus padres, luego a mi director y si es preciso al inspector de mi zona, porque yo sí tengo jefes, varios jefes y no tengo privilegios

Muchos padres escuchan y hacen más caso al hijo (habitualmente mal estudiante o con mal comportamiento) que al profesor, al que consideran “un estorbo para el desarrollo de su hijo”. En esto he tenido suerte y ningún alumno ni ningún padre me han agredido o me han roto las cerraduras del coche como a otros compañeros. Como comprobarán yo no tengo privilegios.

Obtuve mi puesto de trabajo aprobando una oposición a la que accedí tras terminar una carrera. Sí, una oposición de verdad a la que se presentaron muchas personas muy preparadas, es una prueba muy dura, y no hubo “enchufismos” de ninguna clase. Sin privilegios.

Si tengo que ir a trabajar en coche, uso mi coche y me pago la gasolina, yo no tengo coche oficial ni chófer.

Si he de quedarme a comer, me pago la comida, yo no cobro dietas y por ser profesor no me ponen el menú mucho más barato. Yo no tengo privilegios.

El café y el almuerzo también me los pago yo y no dispongo de una cafetería subvencionada como tienen otros.

Hasta los bolígrafos que uso para corregir los ejercicios de mis alumnos, los compro con mi dinero, en mi trabajo no viene incluido un iPad pagado con el dinero de todos (aunque sería estupendo). Yo no tengo privilegios.

Los libros de texto y de lectura que necesito para trabajar, de momento, nos los ceden gratuitamente las editoriales, tampoco les cuestan un euro a la Administración.

No, yo no tengo privilegios por tener un puesto de trabajo que me he ganado. Muchos piensan que tengo tres meses de vacaciones porque los alumnos están de vacaciones. Mi trabajo no sólo se desarrolla en las horas en las que imparto mi materia, cada hora de clase hay que prepararla para cada grupo sobre unas programaciones que elaboramos previamente y nada de eso se hace en el aula. Después queda la revisión, el análisis y la tarea de corregir el trabajo de cada alumno.

Durante el curso escolar trabajo casi todos los fines de semana, cuando no trabajo en domingo es porque lo he hecho en sábado, siempre hay algo que preparar y que corregir. Si cuentan todos estos días, verán que suman más de 31 que son los que tiene el mes de julio, que, por cierto, algunos dedicamos a formación y preparación de materiales para el nuevo curso. Porque yo no tengo privilegios.

Cuando llevo a mis alumnos de excursión o de viaje, les dedico las 24 horas, dejando a mis hijos y a mi familia. No, yo no tengo privilegios.

Y sin embargo me siento privilegiado.

Sí, me siento privilegiado porque considero que mi trabajo es muy importante, valioso y realizo un servicio social. Me siento privilegiado cuando veo crecer y madurar a mis alumnos, veo como superan sus dificultades, veo como aprenden, y yo estoy ahí ayudándoles, aunque solo sea un poquito.

Me siento privilegiado cuando mis alumnos me saludan por la calle, casi siempre con una sonrisa y cuando hablo con sus padres, me tratan con la cordialidad propia de quienes comparten objetivos.

Me siento privilegiado cuando encuentro a antiguos alumnos y me hablan de sus vidas, de sus éxitos y sus proyectos. Y sobre todo me siento privilegiado porque trabajo rodeado de extraordinarios profesionales que se dejan la piel día a día para llevar a buen puerto esta nave que la Administración zarandea continuamente, asfixia económicamente y se empeña en hacer zozobrar. ¿No será que le interesa más tener como ciudadanos a una panda de borregos?

Sí, como han podido leer, esta es la declaración de mis privilegios, pero puedo asegurarles que no le cuestan ni un euro al contribuyente.

No quiero ponerme medallas, aparte de que no sirven para ir al supermercado, al fin y al cabo, sólo cumplo con mi obligación.

Pero es importante no confundir derechos con privilegios.

Los recortes en Sanidad y Educación, son recortes en derechos y no en privilegios. Que no les  confundan. No vean enemigos donde hay amigos ni verdugos donde hay víctimas.

Confundir es una de las armas más potentes del poder para camuflar a los verdaderos culpables y lo que más duele no es la continua pérdida de poder adquisitivo, sino el menoscabo moral al que se nos está sometiendo.

Todos estos señores que están en el poder o en sus suburbios, que cobran grandes sueldos, que tras unos pocos años de parasitar les corresponde una súper jubilación (que a nosotros nos cuesta una vida), que les dan un iPad que convenientemente pierden, que no acuden todos los días a su puesto de trabajo, que algunas veces solo van a leer el periódico, que tienen cuatro meses de vacaciones, que se equivocan en las votaciones porque no están en lo que deberían estar, que tienen un precio especial para los cafés, las comidas y las copas ¿las copas?, que viviendo en sus casas en Madrid les pagan como si vivieran fuera de Madrid, que no les controlan lo que gastan y en qué lo gastan… y muchas cosas más.

Estos son los auténticos privilegiados. No me extraña que no haya manera de librarse de ellos ¿se sentirán privilegiados?, ¿se darán cuenta de que lo que recortan son los derechos de los demás?

Seguro que se dan cuenta, bastante les importa. Solo pido a la sociedad, respeto y a los políticos, honestidad, porque muchos han olvidado el significado de esa palabra, si es que lo conocieron alguna vez.

También les pido valentía, porque pisotear al débil es de cobardes.

Los culpables de esta crisis son mucho más poderosos que nosotros y sí tienen privilegios, pero que lo paguen ellos.


Dedicado a mi amiga Concha, profesora de instituto

Fco. J. Huerta (2014)

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