De castaños, rollos, bancales, arrieros y dinteles. Algunas consideraciones sobre San Esteban del Valle y los demás pueblos del Barranco de las Cinco Villas.

San Esteban del Castañar, nombre originario del pueblo de San Esteban del Valle, aparece documentado, según las últimas investigaciones, en el siglo XV con la ubicación actual, aunque se tiene constancia de su existencia anteriormente.
Presidiendo el caserío, la magnífica iglesia de estilo gótico isabelino, bajo la advocación de San Esteban Protomártir y posiblemente adscrita en sus orígenes, cuando era un templo de menores proporciones, a la parroquia de San Esteban de Ávila, capital.
En el siglo XVI aparece también documentado otro núcleo poblacional, la Majada, en las inmediaciones de la garganta del mismo nombre, núcleo que finalmente acabaría desapareciendo y sus moradores incorporados al sitio actual.
La hipótesis tradicional sitúa el primer enclave del pueblo en las inmediaciones de la garganta de la majada, en torno a un asentamiento de pastores (no hay que olvidar la presencia vetona en la cara sur de Gredos y la dedicación de este pueblo prerromano a la ganadería) y la fecha de su aparición ya en el siglo X.
Posteriormente, y posiblemente a causa de alguna peste o epidemia, sus pobladores se trasladarían al enclave actual. El topónimo alude pues a lo que parece que sería un frondoso castañar.
Y es en este aspecto en el que me gustaría incidir, pues los castaños han tenido una gran presencia e importancia en todo el Barranco hasta la aparición de devastadoras enfermedades como la tinta del castaño, cuyo hongo, como se sabe, ha herido de muerte y ha hecho desaparecer muchos de los castañares del pasado.
La importancia de este árbol en los orígenes y en la posterior economía de estas tierras ha quedado patente en la heráldica teniendo un lugar destacado en algunos de los escudos y banderas municipales del Barranco.
San Esteban del Valle, como no podía ser de otra manera, no es una excepción y bajo la imagen de nuestro santo y patrón San Pedro Bautista que aparece representado en el escudo municipal, en cruz y alanceado, sujetando una pequeña cruz con una mano y con la otra la palma del martirio, aparece un castaño frutado en clara alusión a los orígenes del pueblo. Es también un castaño el árbol señero del escudo municipal de Cuevas del Valle.
Ya los romanos, introductores en la península ibérica de este árbol de procedencia asiática y cuyo fruto, la castaña, tenía y tiene un alto valor nutricional, sembraron de castaños la geografía española, importantes para el avituallamiento de sus legiones y compañeros inseparables de la gran red de calzadas que dibujó el mapa de la España romana y de la que en el Barranco se conserva un importante tramo restaurado, en magníficas condiciones, de Cuevas del Valle hasta coronar el puerto del Pico.
Otro elemento destacado y de gran importancia en la configuración de la mayoría de edad de nuestro pueblo y del resto de los pueblos del Barranco que aparece en alguno de sus escudos, teniendo una presencia relevante en la entrada de todos ellos, es el rollo. Columnas de piedra, símbolos de la independencia jurisdiccional de sus poblaciones (posteriormente utilizados como picotas para la exposición pública de ajusticiados y como escarmiento para la población).
En el Barranco, el primero en levantarse fue el de Mombeltrán, la Villa por antonomasia, que se conserva sobre un pequeño roquedal, en la carretera a San Esteban y junto a la Cañada Real Leonesa Occidental, antes de entrar a la población y que posee cuatro salientes con forma de caras de animales y remate (gorrito de piedra terminado en bola o cruz que corona el monumento).
Después, al conseguir la carta de villazgo y su mayoría de edad jurídica y administrativa San Esteban, Villarejo y Cuevas por este orden, los tres levantaron en el siglo XVII sus respectivos rollos que artísticamente presentan grandes similitudes por tratarse del mismo periodo. Presentando también algunas diferencias.
El de San Esteban del Valle carece de remate; los salientes del rollo de este pueblo se han interpretado como cabezas de dragones y los de Villarejo como cabezas de perros. Presentado el de Villarejo la particularidad de tener tres salientes en lugar de los cuatro del resto del Barranco.
Caso aparte es el de Santa Cruz que aunque también tiene cuatro, consiguió su independencia de Mombeltrán un siglo después que los demás pueblos, a finales del siglo XVIII, durante el reinado de Carlos IV, por lo que artísticamente presenta una característica que le diferencia del resto de los rollos del Barranco y es que el remate tiene casi las mismas dimensiones que la columna que forma el resto del monumento, respondiendo al cambio en los gustos artísticos.
Si los rollos forman parte del paisaje de nuestros pueblos y son testigos mudos del pasado se podría hablar también del paisanaje (utilizando un término unamuniano), de vetones, romanos, judíos, moros y cristianos quienes han dejado sus huellas en el devenir de la historia, en la configuración de nuestra idiosincrasia y también en el modelado de nuestro paisaje.
Todos reconocemos las extraordinarias cualidades paisajísticas con que la naturaleza ha privilegiado estas tierras, pero junto a las cualidades naturales, aparece también ese otro paisaje en el que el hombre ha domeñado la difícil orografía por una cuestión de pura y dura supervivencia. Y es aquí donde entra en juego la herencia de los moriscos en cuyas manos estuvo depositada la agricultura del país sobre todo en los reinos de Valencia y Aragón hasta su expulsión en el reinado de Felipe III (siglo XVII) y las fatídicas y terribles consecuencias que acarreó para la economía patria.
La construcción de bancales en el terreno para poder cultivar la tierra, sin ser invención morisca, sí fue un sistema desarrollado y extendido por ellos en las zonas de difícil orografía como la nuestra y que quedaría como herencia para las generaciones futuras. Técnica utilizada también por los agricultores barranqueños que transformarían estas tierras con tesón y esfuerzo durante siglos.
De igual manera un oficio de honda y arraigada tradición en nuestro pueblo y en el resto del Barranco como el de la arriería parece deberse a la influencia morisca.
Ese trajinar con bestias de carga, facilitar el intercambio de productos autóctonos (aceite, aceitunas, vino…) y foráneos (trigo, cebada…) de allende la sierra en expresiones tópicas referidas a los arrieros: estar o venir de “p´ arriba”, en forma coloquial, son herencia morisca. En el pueblo permanece la memoria de estos aguerridos trajinantes superando todo tipo de inclemencias y adversidades. Villarejo ostenta en el paredón de su plaza mayor el monumento al arriero, homenaje a estos intrépidos y aguerridos hombres.
Asimismo otros oficios desempeñados tradicionalmente por judíos y moriscos: sastres, curtidores, boteros, tinajeros, zapateros, hojalateros, carpinteros de armar (responsables del montaje de las estructuras de madera en las casas de entramado, reminiscencia mudéjar), tejeros, herradores, cesteros, tenderos etc., que también posteriormente y en épocas más cercanas se desempeñarían en el pueblo y en el resto de las Cinco Villas -hoy la mayoría prácticamente desaparecidos en nuestra zona- y que constituyeron parte del sustrato económico desde la época medieval fueron considerados viles y por tanto rechazados por los hidalgos. Esto llevaría al rey ilustrado Carlos III, en el siglo XVIII a tener que decretar una cédula en la que declaraba honestos y honrados los oficios de manufactura en un intento de reactivar la economía una vez que las prometedoras fuerzas productivas como los judíos, sobre todo en el ámbito financiero y los moriscos en el agrícola habían tenido que dejar siglos atrás el suelo patrio y con la intención de que los hidalgos se incorporasen a la producción y a las obligaciones tributarias.
Las huellas cristianas son lógicamente las más abundantes: iglesias, ermitas, cruces, capillas y otros monumentos religiosos forman parte del legado para la posteridad. En este sentido, la presencia de inscripciones religiosas en los dinteles de piedra de las casas, del tipo de invocaciones a la sagrada familia o de carácter religioso de otro tipo, en todo caso con un carácter de búsqueda de amparo y protección para el hogar están bastante generalizadas en el pueblo y en el resto del Barranco formando parte del patrimonio religioso y cultural.
Hay quien interpreta estas inscripciones como tretas de moriscos y judíos conversos judaizantes (criptojudíos) para dar muestras de integración y de fe auténticas tras su, muchas veces, forzada conversión y para huir de las persecuciones inquisitoriales que se cebaban especialmente sobre estos últimos. Hay que decir como norma general que se trataría de inscripciones propias de los cristianos más pudientes que manifestaban así, públicamente, su fe.
Pudiera tenerse en consideración la interpretación de estas inscripciones como artimañas judaicas en aquellas zonas en que hubo importantes juderías y que además tras el Decreto de expulsión de los judíos, firmado por los Reyes Católicos en 1492, permitirían también a los nuevos criptojudíos que optaron por la conversión forzosa y por quedarse intentar blindarse, sin éxito, contra las presiones inquisitoriales.